lunes, 25 de septiembre de 2023

5028 días

 


Ya está. Lo hemos hecho.

Hoy es 28 de julio de 2023.
Viernes.

Si hay un gremio optimista en España, ese es el de los mudanceros.


8 am - Tocan al timbre. Dos hombres, uno bastante joven, y otro de más edad, entran y se ponen a inspeccionar rápidamente cada habitación. Son los primeros de un grupo de unos cinco o seis que se encargará de empaquetar, desmontar, sacar, y cargar.

- ¿Todo esto va en la mudanza? No va a caber. No es sólo el contenido. Una, dos... cuatro cómodas. No va a caber.

Son muchas mudanzas en nuestro historial, así que conocemos cuál es la secuencia de escenas. Cuando pides el presupuesto viene el jefe (o el encargado, no sé) de la empresa de mudanzas. Nada, esto son cuatro cosas, te pasaré un presupuesto.

El presupuesto acaba llegando tras más o menos insistencia, y aunque no es barato, decidimos que merece la pena con tal de no tener que hacer una mudanza por nuestros propios medios (algo del todo imposible en nuestra situación actual). Además nos aseguran que en cuatro horas está todo fuera de casa y de camino a su nuevo destino. Le digo claramente a R. varias veces que eso es imposible, pero que me parece estupendo que lo intenten.

Un tiempo después llega el día de la mudanza.
Los hombres (todos hombres) que vienen a hacer la mudanza siempre hacen el mismo descubrimiento: hay más cosas de las que esperaban encontrar.

Han sido víctimas de un engaño, o probablemente en su momento no se les dió toda la información, o quizá se ha llenado más la casa desde que vinieron a valorarla para presupuestar. 
Nuestro modesto piso de 120 metros (según idealista, yo siempre he tenido mis dudas) sin armarios, el piso de Mary Poppins.


8:30 am - Empiezan a empaquetar. Nosotros vamos avanzando otras cosas aquí y allá, los niños están fuera porque hacerlo con ellos por casa habría sido imposible. Llega un punto en que yo ya no sé dónde meterme, las maletas que tenía que cerrar ya están dispuestas para viajar en el maletero de nuestro coche. Salgo de casa, me quito de en medio, busco una excusa para no ver cómo cinco o seis hombres que no conozco desmontan la que ha sido mi (nuestra) casa durante los últimos dos años.

Esta vez, además, desmontan mi vida de los últimos catorce años. O nuestra vida de los últimos diez.

11:30 am - Son las once y media de la mañana y estoy comprando agua mineral y fruta para el viaje en coche. El personal que trabaja en el supermercado nos conoce y llama a nuestra hija por su nombre. Nuestra hija sabe el nombre de las cajeras. Yo no sé el nombre de las cajeras ni ellas saben el mío. Nuestra hija de tres años, la persona más popular del barrio.

Fuera hay 38 grados, es un día de mucho calor en Madrid. Doy una vuelta por las partes más refrigeradas del súper pensando que esa va a ser la última vez que esté ahí. 

Recuerdo que aseguraron que en cuatro horas habrían vaciado la casa, y me desanimo en el pasillo de los congelados. Esa mudanza está todavía más verde de lo que esperaba. Nuestro pequeño piso de 120 metros (siempre según idealista, sospecho que es información sesgada), el armario-portal a Narnia.



6:15 pm - Terminan de cargar el camión. Han pasado diez horas desde que llamaran al timbre a las 8 de la mañana. Nos preguntan si no nos importa que nuestras cosas lleguen a Madrid al día siguiente, que han tenido un problema con los camiones. Sospecho que ha habido una pequeña rebelión entre la plantilla y ninguno de los chicos está dispuesto a hacer a estas alturas del día 400 km de ida, descargar los enseres que han tardado 10 horas en embalar y cargar, y hacer a continuación otros 400 km de vuelta.


7 pm - Una hora más tarde, con el piso ya vacío y limpio, firmamos los papeles que ponen fin al contrato de alquiler y entregamos las llaves.

7:30 pm - Media hora más tarde estamos terminando de merendar en un local cercano al piso. Está Eli, la chica que ha cuidado a nuestros hijos desde hace dos años y medio. Cuando por fin nos despedimos antes de montarnos en el coche ella se emociona, yo me emociono. R. nunca ha sido muy emocional, así que demuestra que le da pena despedirse, pero mantiene el espíritu alegre para que Eli no llore más. I. se despide como si no nos fuésemos para siempre, le decimos que le de un fuerte abrazo porque vamos a tardar mucho en verla. Eli llora otra vez. J. hace palmas y se ríe.

8:02 pm - Hace unos minutos que estamos en el coche, saliendo del centro de Madrid. Los niños de momento están tranquilos. Rezo para que se duerman, el día ha sido muy largo y todavía nos queda mucho por delante. Cruzamos la Castellana a la altura del Bernabéu. En silencio lloro un poco. R. me mira y sonríe. 

¿Qué quieres? me da pena dejar Madrid - y lloro un poco más, sorbiendo el moco que la emoción ha dispuesto en mi nariz en cuestión de segundos.

Me seco las lágrimas discretamente. Asumo que vivo un conflicto interno provocado por las ganas de volver a mi ciudad y la ruptura vital que me supone dejar Madrid después de haber vivido ahí catorce años. De ahí me llevo, entre otras cosas, un marido y dos hijos.

Nada menos.

8:30 pm - Pienso un momento en los mudanceros. 
De tener previsto tardar cuatro horas han pasado a ejecutar la mudanza finalmente en diez. 
El camión previsto se les ha quedado corto, han tenido que traer otro. Nuestro modesto piso de 120 metros (esto según idealista, estoy absolutamente convencida de la falsedad de ese dato, en el catastro me gustaría a mí verlo) sin armarios ha demostrado que no sólo el tiempo es relativo, también lo es el espacio.
Pensaban haber entregado las cosas a las 7 u 8 de la tarde del mismo día, a 400 km de Madrid, en plena operación salida.

Al despedirnos del encargado nos desea buen viaje, y como movido por un resorte comercial suelta un "¡Para otras mudanzas cuenten con nosotros!", sin caer en la cuenta de que el destino de nuestros muebles está a 400 km de allí.

Si hay en España un gremio optimista, ese es el de los mudanceros. - musito en voz baja.
¿Qué dices? - R. me pregunta, pero ya no respondo, estoy lejos de allí, manejando el móvil para consultar la página del catastro.



martes, 21 de junio de 2016





ST 2.



Olivia guiñó un ojo para enfocar bien al mirar su pestaña.
Era algo frecuente, cada pocos días perdía una o dos pestañas frente al espejo del baño, en el aseo matinal.
Hizo una estimación rápida de 5 pestañas perdidas cada semana, a 52 semanas al año eso hacía unas 260 pestañas menos anualmente.
Teniendo en cuenta su edad, y que estaba casi segura de que ya perdía pestañas en la pubertad, estimó que llevaba unos 17 años dejándose pestañas perdidas por ahí, lo que son unas 4.420 pestañas menos en su inventario.
Muchas le parecían a Olivia, ¿cómo es que no se había quedado ya sin pestañas a ese ritmo?
De todas esas, algunas tenían la suerte de obtener la atención de Olivia. A algunas las miraba con detenimiento, frunciendo el entrecejo, pensando en deseos que las pestañas se iban a encargar de cumplir, y luego soplaba hasta que la pestaña abandonaba su dedo índice.

Quiero que retrasen el examen de hoy.
Quiero que me escriba fulanito.
Quiero que hoy se termine la búsqueda de piso.
Quiero que el casero acceda a bajarme el alquiler.
Quiero que el médico me diga que esa mancha en el brazo con forma de cara de Barry White no se va a poner a cantar.

Algunas de las peticiones eran más razonables, pero con otras Olivia sabía que se exponía a que se pusieran en huelga.
Nunca se fijaba en dónde habían caído, pero le gustaba pensar que todas iban a parar a una oficina llena de pestañas, trabajando duro para cumplir sus órdenes.
Así que ahí estaba Olivia esa mañana, ya casi lista para marcharse, mirando con detenimiento al que iba a ser el próximo fichaje de la Oficina de Pestañas Trabajadoras de Olivia, tomándose más tiempo de lo normal, dejando que sus ideas se organizasen para decidir cuál de todos iba a ser el trabajo con el que enmarronar a la nueva.

Quiero que hoy el tiempo pase volando en el tanatorio, quiero no llorar, o lo que sea.
Quiero no tener que hablar con nadie, mejor incluso, quiero salir por la puerta y que nada de esto haya pasado.

Miró la pestaña posada en su dedo un par de segundos, respiró hondo, y sopló. Sopló todo lo fuerte que pudo, por si las moscas, y la pestaña desapareció de su vista.

4.421, algunas grandes empresas tienen menos plantilla. - pensó.

Volvió a respirar hondo y salió del baño hacia la puerta de su casa, calibrando cuánto tardarían las pestañas trabajadoras en montar un sindicato después de esto.


Al mismo tiempo, la pestaña 4.421 se acomodaba en el borde del bidé.





miércoles, 6 de abril de 2016



El Capitán Negrito [Francisco Nixon, 2012]



La tristeza, a veces, es tan sencilla como escuchar una canción.

Uno puede imaginarse fácilmente a sí mismo en el verano de 2012, viendo la semifinal de la eurocopa en algún bar.
Incluso aquellos a quienes ni iba ni venía el asunto, quedando par ver jugar a la selección, sin esa sensacion de perdedores que traíamos de serie hasta cuatro años antes.

Aquel verano las conversaciones en el metro y en la oficina hablaban de Cesc y de Iniesta, y tú te dejabas llevar, uniéndote más mal que bien al tema nacional.
Y algunos, o todos, no sabes, están buscando rápidamente a A., o C., o la inicial de la persona que corresponda, para celebrar que España ha ganado en los penaltis a Portugal, y que vamos a volver a hacerlo en la final porque ahora 'somos' ganadores.

El verano de 2012 con medio país pendiente de si marca o no marca Torres... celebrándolo con personas cuyos nombres empiezan por A, C, D.., personas presentes en el momento concreto en el lugar justo, creando todo un abecedario de repentinos expertos en fútbol y de euforia nacional.
Medio país, A, B, C, D... alargando el tema de haber ganado la final, llenando el sopor de un agosto en madrid estirando todo lo estirable el haber ganado la eurocopa.

Pero tú, tú lo que realmente quieres ese verano, lo realmente importante, es poder contarle a X, a la letra del abecedario que ya no está en tu agenda, que has visto a Brian, y que parecía perdido.
Contar, sorprendido, que no ha sido algo tan bonito como pensabas que sería, porque Brian, entre tú y yo , no estaba con nosotros en gredos... estaba en algún otro lugar, lejos de allí.

Y que viste a un hombre de 2x2 llorando, al ver a su ídolo.

No es que estés deseando contárselo a X, porque sabes que eso no puede ser, pero sí te acuerdas con media sonrisa, pensando que a X le hubiese interesado aquello... pensando si X opinaría lo mismo.
Haciendo recuento de todas las cosas que, desde hace ya mucho tiempo, no puedes compartir con X, y en lo poco que importa que España haya vuelto a ganar la final.

X ya no está, y a ti, en este momento, te sobran todas las demás letras del abecedario.

Justo como ahora, con lo poco que importa lo que haya pasado en la liga o si alguien ha marcado gol en el congreso, pensando qué pensaría X. de esta canción, y de que Fran no pudiera contarle a Sergio que había conocido a una chica.
Y que parecía que esta vez iba en serio.



domingo, 23 de marzo de 2014


1.

"        - Así que era esto, lo que pasa cuando te rompen el corazón.
          - Ahá.
          - Que te jodan tanto que hasta te duela al respirar hondo.
          - Eso son gases.


Pelayo estaba sentado en un banco de la calle Orense viendo a la gente ir de acá para allá, a su lado un tipo desgarbado, con aspecto de haber salido del peor tugurio de Malasaña, asentía con la cabeza mientras miraba con recelo una mancha de café en su camiseta de los Ramones.
Juntos formaban una imagen poco acorde con el resto de personajes que podía verse a esa hora por la calle Orense, (la mayoría jóvenes embutidos en trajes de chaqueta y corbata de seda): Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, el melenas punk y el tirillas con nombre de antiguo rey Asturiano.

Eran las 12.20 de un Martes y Pelayo no terminaba de entender qué hacían todos esos tíos de traje y corbata andando Orense arriba y abajo, ¿dónde iban? No era la hora de comer, ni si quiera de desayunar (a no ser que uno sea un funcionario, cosa que resultaba incompatible con la juventud y la corbata de la mayoría).

En cualquier caso no iba a ser él quien les reprochase preferir estar andando al cálido sol de Madrid que encerrados frente a sus ordenadores, haciendo lo que se supone que hace la gente de traje y corbata, a fin de cuentas él se malganaba la vida dando largas a su editor y traduciendo textos al inglés en cafeterías.

        - Mira tío, otra de esas niñatas con la dichosa camiseta. Esto empieza a resultar excesivamente doloroso.

Humberto, el tipo desgarbado, ponía cara de asco siempre que se cruzaba con una adolescente con una camiseta de Los Ramones, cosa que, en los últimos meses, había empezado a suceder con demasiada frecuencia como para poder ser justificado por un nuevo retorno del punk. La primera vez que Humberto vio a una chica con una de esas camisetas creyó sentir un flechazo instantáneo hacia lo que consideró una prometedora adolescente de corazón atormentado. Es posible que el culo respingón de la chica hubiese ayudado a ello, pero era realmente el derroche de buen gusto e interés en tiempos mejores lo que había atravesado el corazón de Humberto.
Tres días después se sorprendió enamorándose de nuevo de otra alma punk desubicada en el tiempo y el espacio, puede que algo menos, debido al acné de la chica, pero sin duda ésta merecía también su estima por su interés en un grupo punk del Nueva York de los 80.
La cosa empezó a oler a chamusquina cuando a la semana siguiente se cruzó con otras cinco chicas en distintos sitios con la misma camiseta, eso no era posible, Humberto no podía ir por ahí enamorándose de todas las adolescentes, no habría dado para tanto ni en sus mejores momentos, algo no terminaba de encajar en todo aquello. Que él supiese no había motivo alguno para esa nueva popularidad de los Ramones, no se había lanzado ninguna película ni cabía la posibilidad de que hubiese anunciada una reunión en este plano de la realidad (demasiados Ramones muertos como para obviar el problema metafísico).

Pocos días después fijó la vista en el maniquí de un escaparate de una de las tiendas de Inditex, y lo comprendió todo, allí estaba el origen de todos sus paros cardíacos del último mes, sobre un maniquí sin rostro una camiseta de Los Ramones con el precio marcado de 15’99€, graciosamente conjuntado con unos short vaqueros y unas falsas zapatillas estilo Vans.
Eso hizo que todos las buenas opiniones que Humberto se había estado formando sobre la juventud actual se viniesen abajo y todo se transformase en un conjunto fétido de odio a Inditex, asco hacia las adolescentes víctimas de la moda y, sobretodo, intenso dolor. Ver reducido a “moda a 15’99€” aquello que había ocupado sus días más duros de invierno era algo que no terminaba de digerir. Joey Ramone se habría estremecido en su tumba. Todas esas sensaciones juntas sustituyendo a la fe en la población adolescente.

Bueno, y humillación, eso también.

Desde entonces siempre que se cruzaba con una camiseta de los Ramones caminando sobre una rubia de dieciocho años, Humberto se ponía a negar con la cabeza con un gesto entre resignación, dolor, y asco, diciendo “esto no está bien”.

Por su parte Pelayo pasaba de esos rollos, desde hacía más de ocho meses lo único que ocupaba su mente eran pensamientos alegres. Llevaba saliendo con Ana desde el pasado Agosto y todo le parecía increíblemente feliz, si llovía era una ocasión perfecta para resguardarse en casa con ella, si pisaba una mierda de perro por la calle sólo podía significar buena suerte, si le abollaba el coche un garrulo con su Mercedes su suerte era que al menos había sido un choque estilo gama alta… ese tipo de felicidad absurda y desquiciante propia de los tontos y los enamorados.
Esa felicidad que suena a Dusty Springfield y hace que uno se ponga sustancias en el pelo para peinarse a lo rockabilly, haciendo que algo no cuadre en la foto.
Sin embargo, en los últimos cuatro días algo había empezado a ir muy mal. Pelayo había sido un tipo muy inocente respecto a Ana, tan enamorado estaba que siempre pensó que a ella le sucedía lo mismo… Pelayo era, quizá, demasiado optimista, y su imaginación era muy monógama y enamoradiza, una de esas imaginaciones que sueñan con encontrar otra imaginación, preferiblemente guapa y de nariz menuda, con la que casarse para toda la vida y engendrar pequeñas imaginacioncitas de narices menudas a su vez.

Pues bien, podía decirse que la imaginación de Ana era promiscua y con tacones de aguja.
Ella se había mostrado distante en los últimos días, y finalmente Pelayo había descubierto emails y mensajes en la Blackberry de ella a otro tipo, y eso les había roto el corazón a él y a su imaginación conservadora. De resultas de eso, en los últimos tres días uno había podido cruzarse por Madrid con un antiguo Rey Asturiano de peinado impecable con cara de tener una pena tremenda y una imaginación hecha polvo.

Y eso deja a Pelayo en ese punto, sentado a las doce y veinte de un martes en un banco, peinado como Buddy Holly y mirando caminar a tipos con camisa y corbata, Orense arriba y abajo, esperando el momento en que Ana apareciese para ir a recoger, como cada día, su chai tea latte al Starbucks que hace esquina justo frente al banco en que se encuentra Pelayo El Rockabilly, acompañado de un punk de pelo largo con una mancha de café en su camiseta de Los Ramones.

Tal cual.

Hasta para eso era pringado Pelayo.

Cuatro horas y tres manchas de café después Pelayo por fin vio como aparecía Ana por la esquina del centro comercial, vestía una sobria falda lápiz de color negro y una camiseta blanca, el pelo recogido en una cola de caballo, caminaba por Orense pisando con garbo, animando la vida con el movimiento pendular de su cabello.
A su lado un tipo de aspecto joven caminaba asintiendo a cada cosa que decía, también con traje y corbata, parecía uno más del enorme ejército trajeado que poblaba la calle Orense a esa hora del día.

Cuando Pelayo ya se levantaba dispuesto a enfilar el camino hacia el por qué de sus peinados, de frente, andando en la jungla de corbatas multicolor, una sombra empezó a hacerse cada vez más grande justo sobre Ana, creciendo a velocidad de hiperespacio, como una gran mancha de petróleo expandiéndose hacia todas partes con Ana en su centro.

Algo que no presagiaba nada bueno.

Justo cuando Pelayo empezaba a dar el tercer paso la sombra dejó de crecer: un piano de cola caía justo en el punto de la calle Orense donde, unos instantes antes, estaba Ana con su falda de tubo y su cola pendular, que ahora aparecía extendida bajo el cuerpo del enorme piano, mientras el joven acorbatado miraba con la boca abierta y dos señoras empezaban a gritar “¡la ha matado!”.

El cuerpo inerte de Ana apenas se veía, pero uno podía adivinar que había terminado bastante desfigurada.

        - Venga hombre, no me jodas.

Y Pelayo ya no dijo nada más ni dio el paso número cuatro.

***  "



jueves, 27 de diciembre de 2012




8 [Los Planetas, Pop]


Todos nos sorprendimos cuando supimos por la prensa que la princesa Letizia había acudido, como nosotros, al concierto homenaje a Los Planetas que se había organizado en El Matadero de Madrid el pasado puente de diciembre.

Yo, al oir la noticia, me pregunté si tan ilustre espectadora había ido con el mismo ánimo que todos nosotros, deseando que Los Planetas trajesen su máquina del tiempo para hacernos viajar una o dos décadas atrás, a cantar como si todavía estuviésemos en los 90 y se llevasen los calcetines de rombos.
Por si resultaba que Letizia es una incondicional más a la que ni le va ni le viene que Los Planetas ahora se vayan por bulerías, siempre y cuando dediquen su concierto a recordar tiempos mejores, cuando Jota se convertía en un genio cada vez que una chica le hacía cisco el esternón.

Y aunque no quisieron hacer un uso muy fino de los viajes en el tiempo, con alguna de las canciones del setlist sí consiguieron trasladarnos un tiempo atrás, como cuando pasábamos las sobremesas del verano del 96 escuchando la voz de Jota en nuestro casio-radiocassette, siguiendo los partidos de Arantxa en las olimpiadas de Atlanta, y convencidos de que nos íbamos a llevar algún oro en tenis.

Aquel verano - porque las cosas buenas y efímeras pasan siempre cuando hace calor - aquél, fue el mismo en el que él pasó las noches sin poder dormir, despertándose demasiado temprano para ser verano, y tan bien, que todo lo que podía hacer era mirar la ropa de ambos tirada en el suelo e ingeniar el modo de que los dos repitiesen ese despertar una y otra vez, como si ellos fuesen Bill Murray y Andie MacDowell en una película.

Como si el éxito del plan dependiese de todo lo que pudiese decir y hacer para que ella y su espalda huesuda no salieran nunca de su cama, tratando de guardar bien el croquis de la habitación, el color de las paredes, y la luz sobre su espalda, por si algo falla y hay que reconstruir el escenario.


Tantas veces había tomado Jota notas mentales sobre esa habitación que antes de que nos diésemos cuenta yo acabé por cargarme la parte de la cinta en la que el reloj ya daba las 8 y los rayos entraban directos a su espalda, Arantxa palmó en la final, y yo diría que Jota terminó la película despertándose solo y a oscuras... porque me barrunto que ese es el motivo de que no tocase 8 aquel diciembre de 2012 en El Matadero.


A nosotros nos queda hacer memoria, y preguntarnos si Letizia sabría recordar con seguridad el color de ese cuarto, si fue Felipe quien las pasó canutas pensando en las cosas que le tenía que decir.
O si más bien ninguno de los dos tiene ni idea de todo esto ni entienden las letras ni la vocalización de Jota.

Y aunque decidiesen no incluirla en su setlist, nos ponemos rojos admitiendo que hemos acabado haciendo nuestro inventario de colores de parqué, suelos, y moquetas.
negando con la cabeza por todas las cosas que debiéramos haber dicho, y todas las veces que calladitos hubiésemos estado más guapos y más felices en el último fotograma de la peli.


viernes, 28 de septiembre de 2012



Tallulah [Allo Darlin', Europe].


El segundo disco de allo darlin' tiene nombre de continente, porque eso tan grande es lo que Morris considera ahora su casa.

A todos nosotros ahora nos pasa lo mismo, que ya no tenemos muy claro dónde está nuestro lugar, ni si es momento de volver a marcharnos para encontrar el sitio que nos corresponde, mientras otros que ya se han ido nos cuentan cómo nos ven desde otros países, y qué tal es el clima que nos espera si nos lanzamos.
Por eso llevo unos días escuchando sin parar a Morris hablar de momentos pasados que tú sabes que son de hace ya casi cuatro años, tú al volante de tu viejo coche de segunda mano dejando piezas por la carretera, ella buscando en la guantera uno de los CDs que sabe seguro que grabó.


Morris podía estar en ese exacto momento haciendo lo mismo, destartalando una furgoneta por inglaterra bajo una lluvia como la que hoy limpia Madrid, y a lo mejor fue ese día cuando encontró el Tallulah en la guantera y empezó a fabricar el mismo relato para ti y para ella, y para todos nosotros.
Cuatro años después todo vuelve de golpe al doblar una esquina, incluso vuelve Allo Darlin', a pesar de que en aquel viaje en coche ni si quiera existía, te topas con ella que te sonríe, que se nota que ha estado de copas porque un par han acampado pachonas en sus mejillas.


Así que estáis de nuevo en un coche de segunda mano que se va viniendo abajo escuchando alguna radiofórmula, y sonríes con la confianza del que sabe que sólo ve doble si pierde una lentilla y de sus mejillas color viernes, hablando del tiempo que hace en Madrid y de lo bueno que ha sido encontrarse.
Empiezas a pensar que a lo mejor en ese momento a Morris le está pasando lo mismo en un viaje de vuelta a Australia, y aunque seguro que su conversación iría sobre viejos murciélagos de la fruta, la vuestra se centra en tu viejo Focus y en las piezas que se fueron perdiendo por el camino.


Y en que a lo mejor toca volver a irse a sitios más húmedos y fríos tal y como está el panorama, con tópicos sobre lo que pasa en Madrid estos días.


Conversaciones cordiales que no dicen que te hubiese gustado que Allo Darlin' ya hubiesen tenido dos discos durante aquel viaje del 2008, y que te hubiese gustado que el CD de la guantera hubiese sido el suyo.

Que ya entonces te preguntabas si habrías conocido a toda la gente importante que tenías por conocer, o si habías escuchado ya todos los discos que iban a merecer un sitio entre tus costillas.

Pero menos mal que Morris encontró al final el Tallulah en su furgoneta y que ella encontró el recopilatorio de The Magnetic Fields en la guantera de tu coche de segunda mano.

Al final tú te has ido contento, pensando que ella ha estado de vinos por alguien y a lo mejor ese alguien eres tú.


Y que cómo te alegras de que Morris escuchase a los Go-Betweens en su furgoneta el mismo día que ella ponía el CD de The Magnetic Fields en tu coche desmontable.

Contento de saber que ni entonces ni ahora crees realmente que ya no haya más canciones por escuchar, y muy contento de que las únicas piezas que se perdiesen en aquel viaje fuesen las de tu Focus.




martes, 11 de octubre de 2011


Sad Eyes [Nashville, 2005, Josh Rouse]


Será porque tenemos una boda en tres días, o porque hace año y medio R no dejó nada al azar en la música de la suya, y hace unos días retomamos el tema de canciones favoritas y momentos memorables... el caso es que de nuevo aquí hablamos de canciones para bodas, y aunque esta canción aparece en mi discoteca en 2006, es en junio de 2010 cuando se sitúa en el espacio intercostal correcto por una de esas leyes físicas que asocian a RyC con el mejor vals de boda de la Historia de los Vals de Boda.

Y es natural, que somos personas muy sugestionables y tener una boda en tres días nos hace pensar en canciones de entrada al convite, en compilaciones de 8 horas de música para la boda, en bailar el mejor vals del mundo, porque si lo bailas hazlo bien y con la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida.

Nos miramos pensando "el-res-to-de-tu-vi-da".
Nos miramos pensando "ahí-es-nada".


Y porque el mundo es entropía y desorden (en particular en el espacio que me rodea), vuelve ahora el disco casi cayéndoseme encima de la cabeza desde la estantería, y caigo en la canción imaginándome como un pareja de recién casados en su boda... RyC en junio de 2010, élyella en algún momento del futuro, empiezan a bailar la canción, los dos solos en la pista... con él mirándola a ella al tiempo que repite susurrando la letra sobre la canción... los dos solos aunque les estén mirando más de 200 pares de ojos sin perder detalle, él todo sonrisa, ella toda ojos tristes y felicidad, compartiendo eso que es sólo de ellos dos, prometiéndose que habrá luz y que sólo el uno puede acabar con los días grises del otro, pelos como escarpias para todos.
gallina en piel para R.


Y justo cuando en la canción hay un golpe de efecto con la entrada de batería entran a bailar, sincronizados como en todo momento memorable que presuma de serlo, otras cuatro parejas, o seis, o cualquier número par que quede bien en la pista... todo más rápido, más luz, es toda la felicidad del mundo... y en el otro golpe de efecto cuando empieza a cantar la segunda voz y aparecen en la pista otros muchos pares de ojos formando parejas dentro del encuadre, melodía transatlántica y sincronización suiza.

la canción de ojos tristes más alegre, más "túyyoparaElRestoDeNuestrasVidas".

Así hasta el final, RyC entonces, EllayÉl en cualquier punto espacio-temporal sin dejar de mirarse a los ojos.



así ya cuatro días y medio, asociando el momento a una boda significativa de verdad, una que nada tenga que ver con patinadores en los juegos de invierno.

significativa con letras mayúsculas en Courier New.


pensamos todo esto mientras miramos de reojo el calendario.



pelos como escarpias, gallina en piel.

http://www.goear.com/listen/a85029e/sad-eyes-josh-rouse
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